Cuando el adolescente que yo fui quemó sus naves y (después de naufragar en Londres) se bajó en Atocha y se quedó en Madrid, esperaba encontrar el ágora. Quiero decir babear escuchando a Sócrates, discutir a muerte con Platón y emborracharme con Epicuro. Pero nada de eso sucedió, para mi mal, hasta que conocí a un maldito asturiano sin edad que escribía mejor que yo, cantaba mejor que yo, se reía más que yo, bebía mejor que yo y no había dios que lo acostara. Y, además, con bonhomía, equidad, sabiduría, quiero decir Ángel González.
(Joaquín Sabina)
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