martes, 22 de enero de 2008

El braguetazo
Eduardo Lumpié
(La Voz de Cádiz 22/enero/2008)

En una época, ya muy pasada, siempre hubo una serie de personas, mayormente hombres, que estaban pendientes de dar en su día el llamado «braguetazo». Esto no era otra cosa que buscar una mujer, hija de algún rico, o nuevo rico, y que a ser posible fuera hija única por aquello del reparto en su día de la herencia.
El perfil de este hombre dedicado a este menester era el del que solía frecuentar sectores de clase media-alta, simpático, bien parecido, fácil de palabra, cultura media... Acudía a todos los clubs de la ciudad y a las fiestas más importantes, ya que era persona que caía bien. Y era hombre discreto y que guardaba bien algún secretillo. Muchos de ellos habían empezado alguna carrera, pero en la mayoría de los casos no las habían culminado. Solían vivir en casa de sus padres y no tenían una buena economía.
Conocía la historia de uno de estos que logró casarse con la hija de un señor que había tenido la suerte en la vida y había amasado una buena fortuna... pero a base de trabajo y de meterse en negocios. Este hombre era viudo y sólo tenía una hija, que ya contaba con treinta y muchos años, de escasa belleza y bastante cortita de inteligencia. El padre de ella, con más kilómetros que el baúl de la Piquer, se dio cuenta de lo que buscaba el maromo, pero a la niña se le antojó y se casaron.
Durante el tiempo que el ricacho vivió, en esa casa el dinero nada más que lo tocaba él. Pero por ley de vida falleció y el yernísimo se vio arropado por la fortuna. Y entonces escribió una carta a un amigo y, entre las cosas que ponía, le decía: «Querido Juan, no sé si sabrás que desde el pasado día 15 mi suegro y yo hemos pasado a mejor vida».

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