Un año cualquiera
al norte del sur,
Aytor y Carmela
deciden en una taberna gudari
de San Juan de Luz
que, en vez de guitarras,
dentro del fly case,
la pólvora etarra
imponga su ley.
Estrategias del destino,
luto y nieve en la ruleta del
camino.
Salida de misa,
viernes de pasión
un yonki agoniza
en technicolor.
Península histérica,
borracha de sol
heridas de guerra
que nadie ganó.
Y todo el mundo
sigue hablando, compitiendo, adulterando,
desmintiendo, puteando.
Y todo el mundo alucinando, reprimiendo, sospechando,
malviviendo, conspirando.
Vamos a matar la muerte,
vamos a inventar
una canción
por la gente sin voz
que no quiere olvidar.
Entierros en Cádiz
comando en Madrid,
soñando en Euskadi
con una frontera en Touluouse
y otra en Valladolid.
Sobre un cielo helado
de víscera y nata,
tormenta escarlata
sangre en el tejado
y tripas de cualquiera
junto a la cartera
de un guardia jurado.
Y Maitetxu mía
que murió aquel día
y resucitó
y don Nadie Pérez
pisando un alférez
bajo un camión
buscando un pedazo
que se le perdió.
Y todo el mundo
sigue hablando, compitiendo, adulterando,
desmintiendo, puteando,
y todo el mundo
alucinando confundiendo, sospechando,
malviviendo, conspirando.
Y todo el mundo
sigue andando, padeciendo, despertando,
repitiendo, imaginando.
Y todo el mundo,
blafemando, maldiciendo,
apostando a cara ó cruz, improvisando.
Desesperados y hasta cuando
y hasta cuándo
y hasta cuándo
y hasta cuándo
y hasta cuándo
y hasta cuándo
y hasta cuándo...
Hasta cuándo. Sabina y Páez. Enemigos íntimos. 1998
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