Hace setenta y cuatro años, por las mismas horas en las que el lector tenga en sus manos este diario, en Casas Viejas se había proclamado el comunismo libertario. Una expresión del deseo de un gran número de sus habitantes, como de los de otras muchas decenas de miles de españoles, de vivir en un mundo mejor, en una sociedad más justa e igualitaria. No hace falta recordar el luctuoso desenlace de estos sucesos y de su impacto tanto para la vida política y social de la España de entonces como de la posterior, hasta hoy mismo.
Ni el pueblo ni la España de hoy son los de 1933. Aunque tampoco hay que idealizar situaciones. Detrás de las viejas fotografías de ese año hay una realidad mucho más amplia que la de la miseria de sus habitantes o el ejercicio de la caridad. Ni es oro todo lo que reluce hoy, como si viviéramos en una bucólica Arcadia. Cierto es que las condiciones económicas han mejorado para la gran mayoría. Pero como dijo alguien, no sólo de pan vive el hombre. Que no se sobreviva en chozas, que se coma algo más que pan no es el fin de la historia como a muchos le gustaría. La existencia individual y social de la humanidad es, afortunadamente, mucho más que comida. Por mucho circo que haya. Utilizando una expresión logsiana (de la LOGSE), el mundo en el que vivimos es manifiestamente mejorable.
Todavía hoy está por conseguir una sociedad menos injusta. No ya una libre, fraterna e igualitaria con la que soñaban los masacrados de 1933, sino una en la que, al menos, se cumplan las expectativas que levanta pertenecer al llamado primer mundo o ser ciudadanos de una democracia. No hay que estrujarse mucho el magín para observar grandes carencias. Desde el insostenible modelo de desarrollo en el que confiamos hasta la consideración de súbditos que padecemos en muchos aspectos de nuestra vida. ¿Qué heredarán las próximas generaciones además de espléndidos campos de golf, una naturaleza alicatada o una hipoteca? ¿Cuándo la vida política y social española abandonará los miedos y tutelajes de una transición pilotada desde la propia dictadura?
Estos días tenemos que felicitarnos porque los sucesos de Casas Viejas se recuerden no con una mirada muerta al pasado, sino con la vista puesta en el porvenir. Primero, una animosa asociación de jóvenes de Casas Viejas, Ben-Alud ha organizado unos actos que poco tienen que ver con las celebraciones de compromiso tan socorridas en estos casos que más parecen veladas necrológicas que actos de reflexión y aprendizaje sociales e individuales. No sólo es que sea una iniciativa juvenil interesada en su historia y, por tanto, en su futuro. También muestra una forma dinámica de concebir estos eventos, con perdón. En la línea de la publicación hace unos meses del libro La Tierra por el IES Casas Viejas cuya reedición es un clamor. En segundo lugar porque ayer se ha constituido la Fundación Casas Viejas 1933. Un hecho que llama al optimismo tras los lamentables acontecimientos pasados.
Ahora queda por ver cómo se desarrollan los hechos. Confío más en el individuo, en este caso en los jóvenes, que en las instituciones. Defiendo el carácter público de la Fundación. Pública, que no de tal o cual administración. Entre las carencias de nuestra sociedad está la de la apropiación exclusiva por las instituciones que terminan por monopolizar la vida social y confundir intereses públicos con privados. Si los jóvenes tienen el reto de seguir preocupándose por formarse y robustecer la sociedad civil de su pueblo, la Fundación, en manos de las autoridades municipales, tiene la obligación de responder a esa vocación pública a cumplir los compromisos que manifestó públicamente hace unas semanas. De ellos hay tres que manifestarán de forma clara cual será su trayectoria.
En primer lugar la efectiva protección del solar que se supone ocupaba la choza de Seisdedos. Son preocupantes las recientes declaraciones de la asociación de Abogados Progresistas sobre el auténtico compromiso de la Administración en este aspecto. En segundo lugar, que la Fundación haga honor a su carácter público actuando de forma no partidista y articulando los mecanismos precisos de participación al conjunto de la sociedad. Como, por ejemplo, la de los sindicatos CNT y CGT como el propio alcalde declaró públicamente. En tercer lugar que la Fundación haga suyo el compromiso de encontrar los restos de María Silva, La Libertaria. De esta forma manifestará su vocación de, rescatando a los muertos, servir a los vivos.
Publicado en La voz de Cádiz, el día 11 de Enero de 2007.
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