miércoles, 5 de noviembre de 2008

PRENSA

EN EL NOMBRE DE OBAMA
Juan José Téllez
(La Voz, 5-10-08)
Seguro que no cree que vuelvan los tiempos de la leche en polvo, del guachisnais y del aliquindoi, pero no pierde puntal a la tele del fondo, por si ese tal Obama llega a presidente de los Estados Unidos. Tomándose un tintilla en el bar El Fresquito, mientras un tal Navarro le tararea viejos cuplés de Los Tiquismiquis, Ricardo recuerda a su abuelo, que vivió en un tiempo en que los niños no solían llamarse Ricardo, sino Bartolo o Felipe, Juan o Macario. Claro que Rota debía ser entonces la de los huertos, el melón y la calabaza que él leyó en un poema de Rafael Alberti, cuando no estaba bien visto leer poemas de Rafael Alberti.

Se lo ha preguntado su hijo Kevin y él no ha sabido responderle: «Papá, papá, ¿esas elecciones son de verdad o son una película?». Su hijo no se llama Kevin para pasar desapercibido entre los soldados de la Base, sino porque a su ex le gustaba tanto Kevin Costner que terminó dejándole por un windsurfista que se parecía tela al nota ese de Bailando con lobos.

Comprendan, pues, que Ricardo tiene poderosos motivos para recelar de la Casa Blanca y del Pentágono: su padre se quedó en cuadro cuando perdió el empleo en la Base y su hermano, el del economato, lleva años esperando que un oficial de Virginia reconozca la existencia del comité de empresa de los trabajadores civiles. Seguro que Barack le gustaría mucho a Martin Luther King, aquél negro al que mataron y que él recuerda del No-Do: «Si gana, al menos, peor para el Ku Klux Klan», acaba de decirle al barman. Pero duda que por Rota vuelvan a circular los dólares como si fueran billetitos del Monopoly, en aquellos tiempos, no necesariamente mejores, cuando por aquí crecían como hongos las güisquerías y las licencias de taxi.

Y tampoco estará más tranquilo por las noches, cuando escuche zumbar el motor de los aviones, camino de Afganistán, de Irán si se tercia, o de Irak, donde los yanquis o como se llamen quieren quedarse otros tres años más aunque la ONU diga misa. El vio los cuerpos muertos de la patera, cinco años hace, y se preguntó con muchos otros vecinos para que servía vivir o morir junto a la mayor base militar de la Península Ibérica.

Creció mascando chicle y escuchando a los Gunns N Roses en la emisora americana. Conoció el béisbol entre los submarinos Polaris y su primera novia se llamaba Gladys y había nacido en Arkansas. Pero no quisiera que su nieto siga viviendo junto a ese polvorín. Ahora, al menos eso dicen los periodistas y los altos oficiales, la bandera que manda allí es la española, pero quien manda en el mundo son los gringos, se llame como se llame su presidente. Ricardo, el nieto de Macario, el hijo de Felipe, el padre de Kevin sabe que los nombres significan mucho. Así que se ha quedado de una pieza al saber que Obama, en árabe, significa osito. Seguro que George Bush, en muchos idiomas, significa hijoputa, como le decía Harry, su amigo de la infancia, que murió en Bagdad y que no votaba a nadie: «Bueno -le desengaña Navarro que ha dejado de cantinera coplas carnavalescas-, tampoco te hagas demasiadas ilusiones porque Bin Laden también se llama Obama y el mundo no va mejor desde que él existe». Pero no es lo mismo, responde. No debe ser lo mismo.

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