CRUCERO DE VERANO
Truman Capote
“le resultaba curioso que con las pruebas que tenía a mano no hubiese llegado antes a esa conclusión. A la nube de castillos de arena y amistad firmada con sangre se había permitido oscurecerse demasiado: así y todo, la evidencia de algo mas intenso siempre había estado allí, como un poso en el fondo de una taza; al fin y al cabo, era con Grady con quien comparaba a todas las demas chicas, era ella quien le conmovía, divertía, comprendía; una y otra vez ella le había ayudado a portarse como un hombre. Y más aún; pensaba que la elegancia y las opiniones estéticas de Grady eran, en parte, producto de sus enseñanzas; no se atribuia el mérito de la fuerza de voluntad tan vehemente que ella poseía; sabía que en esto era muy superior a él y, en realidad, la voluntad de Grady le asustaba: podía influir en ella hasta el punto más determinado, más allá del cual ella haría lo que se le antojase. Bien lo sabe Dios que él no tenía nada concreto que ofrecer. Era posible que nunca llegase a hacer el amor con ella, y si lo hacía era probable que el acto se disolviese en la risa o las lágrimas de unos niños que juegan juntos: la pasión entre ellos sería notable, incluso ridícula, sí, los veía (aunque no de lleno); y por un momento despreció a Grady.”
Truman Capote
“le resultaba curioso que con las pruebas que tenía a mano no hubiese llegado antes a esa conclusión. A la nube de castillos de arena y amistad firmada con sangre se había permitido oscurecerse demasiado: así y todo, la evidencia de algo mas intenso siempre había estado allí, como un poso en el fondo de una taza; al fin y al cabo, era con Grady con quien comparaba a todas las demas chicas, era ella quien le conmovía, divertía, comprendía; una y otra vez ella le había ayudado a portarse como un hombre. Y más aún; pensaba que la elegancia y las opiniones estéticas de Grady eran, en parte, producto de sus enseñanzas; no se atribuia el mérito de la fuerza de voluntad tan vehemente que ella poseía; sabía que en esto era muy superior a él y, en realidad, la voluntad de Grady le asustaba: podía influir en ella hasta el punto más determinado, más allá del cual ella haría lo que se le antojase. Bien lo sabe Dios que él no tenía nada concreto que ofrecer. Era posible que nunca llegase a hacer el amor con ella, y si lo hacía era probable que el acto se disolviese en la risa o las lágrimas de unos niños que juegan juntos: la pasión entre ellos sería notable, incluso ridícula, sí, los veía (aunque no de lleno); y por un momento despreció a Grady.”
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