La jubilación de Juan Nadie
Juan José Téllez
La Voz (24/II/2010)
Su abuelo nunca se jubiló. Murió a bordo de un barco, con casi setenta tacos, que naufragó por Cabo Jubi cuando todavía había pesqueros en Cádiz. La única noción de seguridad social que tuvo fue un consejo que había escuchado sin duda por boca de sus mayores: «Si ves un cuervo camino del muelle, date la vuelta», rezongaba de los curas, porque en la mar traían mala suerte.
Hacia 1970, él ya había dejado la colla y trabajaba en una contrata de astilleros, cuando aún había contratas de astilleros. Su padre se alegró mucho de que hubieran puesto la jubilación a los 65. Su viejo los cumplió al año siguiente y se sentía extraño, mano sobre mano, echándole pan a las palomas y jugando a la petanca en la Casa de Cantabria. No le duró mucho: la espichó cuatro años más tarde, porque papá siempre fue obediente y por entonces la esperanza de vida de los españoles se situaba en 69 tacos.
Desde aquel tiempo, Juan Nadie ha ido viendo cómo muchos de sus compañeros de tajo habían dejado de serlo: por sordos, unos; prejubilados, otros. «¿Por qué les prejubilan a ellos cuando tendrían que prejubilar a los que nos han ido metiendo en esta ruina?», masculla en el bar Liba a media tarde. Allí estaba ayer, lejos de la manifestación de los sindicatos contra el aumento en dos años de la edad de retiro que este gobierno y otros vienen barajando en una Europa donde las conquistas de dos siglos de lucha obrera siguen en rebajas.
Ya hace quince años o más, cuando la Expo sería, que su santa le dijo: «¿Por qué no nos hacemos un plan de pensiones?» Y han ido metiendo el dinero en esa hucha, aunque él no se fía: «A ver si va a resultar que todo eso es una estafa como aquel seguro que nos hicimos; que el dinero lo cambiaban por sellos de correos con la murga de que los sellos no se devaluaban jamás».
Ya hace mucho que no entiende mucho. Como por qué el Parlamento Europeo quiere quitar ahora de en medio las almadrabas en lugar de quitar de en medio a las grandes factorías flotantes japonesas. Como por qué a la gente del campo le dan un subsidio en lugar de darles un puesto en la plaza para vender ellos mismos lo que cosechen, sin tener que pasar por los intermediarios. O como por qué a los trabajadores de Delphi, que querían seguir siendo trabajadores aunque ya no fueran de Delphi, ahora los prejubilan como si fueran periodistas cincuentones de televisión española.
Ignora si a él le pillará lo de la jubilación a los 67 años: «Lo que el Estado y los empresarios quieren es chuparnos la sangre cuanto más tiempo mejor», le ha dicho un nota que tampoco ha ido a la manifestación porque es anarquista: «Por mí -repuso Juan Nadie- que lo hagan, que me jubilen a los 67 o cuando quieran, siempre que las estadísticas aumenten en otros tantos años mi esperanza de vida. Como mi padre, yo siempre he sido obediente con las normas». Ninguna persona, ni su santa siquiera, sabe que él a veces recuerda a su abuelo y se echa a llorar.
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