Futbolista
Manuel Vicent
(El País 15/junio/2008)
La imagen del futbolista, que antes sólo aparecía en los cromos y que ahora se ve todos los días en la televisión, queda grabada en la memoria del niño durante muchos años. Para un niño de siete años el futbolista es un hombre muy mayor. En los cromos antiguos, envuelto en un olor a linotipia, el futbolista aparecía con botas muy rudas, los calzones toscos, las rodillas gordas, la camiseta apretada, el cuello con cordoncillos, el escudo del equipo sobre la tetilla izquierda, el rostro muy grave y los brazos cruzados. Alguno llevaba un pañuelo atado en la cabeza. Ninguno sonreía. El niño se hacía adolescente y aquella imagen del futbolista permanecía inmutable.
El adolescente se convertía en adulto y en su cerebro llevaba todavía el cromo que había contemplado cuando tenía siete años. El futbolista le seguía pareciendo un hombre muy mayor, aunque él ya era un señor casado y fumaba puros. Cuando la televisión comenzó a retransmitir los partidos, la imagen del futbolista pasó de los cromos a la pantalla. Por primera vez se veía a los jugadores correr detrás del balón, saltar, rematar y abrazarse después del gol. Al espectador, que un día fue niño, aún le parecía que eran unos hombres muy adustos en pantalón corto y el rostro sudado, hasta que un día tuvo una extraña visión que lo dejó perplejo. La revelación se produjo cuando vio a los jugadores vestidos de calle, fuera del cromo, fuera de la pantalla, fuera del campo. De pronto se dio cuenta de que eran realmente unos críos y él tenía ya 40 años. Esa percepción es la primera señal de que la juventud ha terminado, que la madurez ya es inapelable y que uno se está haciendo viejo. Ahora mismo unos niños verán a Casillas o a Torres tan mayores como los de mi generación veíamos a Zarra o a Puchades, como los niños de los años cincuenta del siglo pasado veían a Kubala, a Di Stéfano y luego otros a Pirri, Kempes, Cruyff, Maradona, Zidane y ahora a Cristiano Ronaldo. La imagen de los jugadores de su equipo será un paradigma del tiempo detenido y los niños de hoy crecerán sobre los rostros de esos héroes hasta que descubran que en el césped de los estadios el esplendor de la juventud permanece siempre renovado mientras ellos han envejecido en las gradas.
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