sábado, 8 de marzo de 2008

La sangre y las urnas

OTRA vez la sangre delante de las urnas. Otra vez los caínes sempiternos agitando los demonios de nuestra Historia condenada. Otra vez la tragedia alzando sus abominables sombras negras sobre el horizonte de la libertad. Otra vez el crimen, la barbarie, el salvajismo como protagonistas de nuestra desdichada maldición colectiva. Otra vez la desazón, la desesperanza, la rabia cruzados en mitad de nuestro malaventurado destino.

Si algo enseñó el 11-M a los terroristas es que en España se puede determinar el resultado de las elecciones con un atentado. Y si algo hemos debido de aprender de aquello es que los asesinos lo pueden conseguir una vez, pero no dos. Y que si hace cuatro años consentimos -todos- que el miedo y la ira dominasen nuestras reacciones volviéndolas emotivas y viscerales, no nos podemos permitir que eso se convierta en una costumbre si no queremos que cada cuatro años unos pistoleros secuestren a bombazos o a tiros nuestro derecho a decidir.

Por muy acorralada que esté, ETA siempre tendrá capacidad para matar a alguien. Le da igual la víctima, porque puede producir idéntica convulsión social matando a un antiguo concejal sin escolta que a un ministro. En cierto sentido, somos nosotros, los ciudadanos y la sociedad política, quienes le hemos concedido el poder de hacer daño al colocarla en el centro del debate nacional. Zapatero cometió el inmenso error de situarla en el eje de su proyecto de Gobierno, y luego todos los errores de esta legislatura, los del Gobierno y los de la oposición, han amplificado ese poder, que es independiente de la envergadura operativa de la banda. Ayer lo ejerció con una frialdad tan cruel como su designio, eligiendo la clase de víctima que más tensión podía crear y más división podía causar en la dividida escena electoral española.

Gracias a esos errores, en los que desde luego tienen más responsabilidad quienes disponían del compás para marcar el tiempo de las iniciativas, el terrorismo se ha arrogado la facultad de intervenir en nuestro futuro. Ya nadie sabrá nunca cuál era el curso natural de las cosas antes de que irrumpieran de nuevo los ancestros de la sangre. Pero al menos deberíamos ahorrarnos en esta ocasión el espectáculo de nuestra propia debilidad banderiza y de nuestra recurrente tentación desestabilizadora.

A ver si ahora podemos demostrar que hemos aprendido un poco. Será inevitable que cada cual interprete a su modo las consecuencias de esta maldita tragedia, pero tratemos siquiera de parecer un pueblo digno. Que nos importe el dolor más que el poder y la vida más que la política. Es una necesidad imperativa ante este desafío enloquecido. Si evitamos el espectáculo de la rapiña de votos y los reproches enajenados por la mezquindad puede que no logremos espantar los fantasmas de la ira y la discordia, pero al menos respetaremos el luto de la víctima y le daremos un homenaje de cierta grandeza. Lo demás, la triste recurrencia trágica de nuestro destino común, parece ya una inevitable secuela de la Historia maldita que aún sigue, como dejó escrito Gil de Biedma, dominando este país de todos los demonios.

(Ignacio Camacho, ABC, 8 de marzo de 2008)

http://www.abc.es/20080308/opinion-firmas/sangre-urnas_200803080248.html

No hay comentarios: