jueves, 11 de octubre de 2007

¿Soy republicano?
Pelayo Molinero Gete
Cartas al director diario El País (jueves 11/Octubre/2007)
Supongo que como me ha pasado a mí, les habrá pasado a muchos lectores de la carta de Miguel Bueno Blasco (¿Soy monárquico?, EL PAÍS, 3-10-2007). El texto, sin proponérselo, transpira el aroma de aquel famoso consejo de Franco a sus ministros: "Haga como yo y no se meta en política". En una palabra, Miguel Bueno se decanta casi por el político criado al amparo de la institución que está por encima del bien y del mal, que no tiene partido, que no es responsable ante ninguna organización, ni siquiera ante el pueblo porque su vocación es eterna y su cargo está por encima de las debilidades humanas, y de las turbulencias políticas, claro, los genes se encargan de ir pasando el encargo de generación en generación, con el apellido correspondiente certificado por el notario y el aplauso del pueblo. Nada de urnas por medio.

Pues no, los hay que citando al autor de la carta que comentamos nos quedamos, precisamente, con todas las imperfecciones humanas, incluido el riesgo que lleva las relaciones con los diferentes sectores políticos de otros partidos y del suyo propio, y que al mismo tiempo tuviera que armonizarse con los cargos electos de otras comunidades autónomas diferentes a la suya. No lo ha podido definir mejor el autor de dicha carta. A los que pensamos así no nos produce ninguna desazón insoportable ese papel, al revés, ese es el papel que nos gustaría ver en un jefe de Estado, en un presidente de la República que se sabe elegido por un plazo, que sus hijos y su familia no heredarán sus privilegios ni su destino eterno.

Creía que iba a tener que hacer un gran esfuerzo en contestar a esta carta, pero el mismo texto que acabo de leer me ha facilitado lo que quería decir. Me quedo con las limitaciones humanas, y me gustaría que dieran la posibilidad de elegir, y equivocarme, por supuesto. Como decía un conocido republicano, la República no es sólo una forma de gobernar, es otra cultura. En su raíz está el principio más elemental: la igualdad de derechos y deberes de todos los que nos consideramos humanos. Si todos podemos elegir, todos tenemos que tener la posibilidad de ser elegidos, ya sea el concejal del pueblo más pequeño de España, ya sea el jefe del Estado.

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