martes, 2 de octubre de 2007

Los sábados por la noche
Manuel Alcántara


El fin de semana coincide para muchos jóvenes españoles con el fin de sus días. La claraboya del domingo, que se abre melancólicamente para todos, se convierte en una fosa cada vez más común. Dos muchachas de quince años dejaron sus vidas, «antes de tiempo y en flores cortadas», y otras tres criaturas recientes resultaron gravemente heridas. Ya se sabe lo que ocurre con estos partes de guerra: no se cuentan parapléjicos. Tampoco se hace constar en ellos los que quedaron mutilados para siempre y echarán de menos durante toda su existencia el trozo de organismo que vino al mundo al mismo tiempo que ellos.

La mayoría de estas personas que desnivelan los estudios demográficos dieron positivo en la prueba de alcoholemia. Ignoran que no sólo hay que tener carné de conductor, sino de bebedor. Coger un volante con copas es jugar a la ruleta rusa. No hay que tomarse ni una ni dos, sino ninguna, pero quienes observan esta conducta no pueden responder de que el conductor de enfrente haya seguido idéntico comportamiento.

La estadística de muertos jóvenes hace pensar que en nuestro país no estamos educados para la diversión. Creemos que pasarlo bien va unido siempre al frenesí y a la locura transitoria. Eso no sólo se observa en las carreteras nacionales, sino en los nacionalismos. Somos bastantes los que, cuando no sabemos a qué carta quedarnos, nos quedamos con la Carta Magna, pero también hay otros muchos, y si no muchos los suficientes, que lo que quieren es romper la baraja.

La velocidad, ese es el mayor enemigo. Si se alía con el alcohol y con el fanatismo, la combinación es peligrosísima. Debiéramos sosegarnos todos. Los itinerarios de la Historia son lentos. Superados tantos baches, no es sensato estrellarse por correr demasiado en la última fase del trayecto.

publicado en La Voz (2/Octubre/2007)