domingo, 19 de agosto de 2007

Se llamaba Julius Henry, pero le decían Groucho

(diario El País)


Una vez dijo que, partiendo de la nada, logró alcanzar la absoluta miseria, pero su vida más bien fue una escalada al Olimpo que convirtió el nombre de Marx en uno de los más adorados de EE UU; y todo sin ser marxista, sino ácrata puro. Se llamaba Julius Henry, pero le decían Groucho. Poseedor de un Oscar honorario, un Emmy y una orden de comendador de las Artes y las Letras de Francia, el emperador de la comedia murió de una neumonía el 19 de agosto de 1977, tres días después del final de otro reinado, el del monarca del rock Elvis Presley.

"Nací a muy temprana edad", ironiza él mismo en Groucho y yo (1960), una autobiografía que arroja luz sobre los tres grandes ejes de la existencia del que ha sido considerado el mayor humorista del siglo XX: la familia, la comedia y las mujeres.

Nacido en 1890 en Nueva York, Julius Henry Marx era el tercero de cinco hijos de una familia de emigrantes judíos franco-alemanes encabezada por su padre, un sastre desastroso, y su madre, Minnie, auténtica fuerza creadora de los Hermanos Marx. Y es que fue ella, descendiente de una familia de artistas de vodevil, la que alentó la carrera escénica de sus cinco hijos como medio de salir de la miseria.

"Cuando era muy pequeño, quería ser médico, pero lo que después quise de verdad fue hacerme escritor", algo esto último que lograría años después, dijo un Groucho ya octogenario a Charlotte Chandler, autora de la biografía ¡Hola y adiós! Groucho y sus amigos (1979).

Pero a los 15 años, tras haber dejado los estudios primarios inconclusos - carencia que suplió haciéndose lector voraz-, Julios Henry aprovechó su amor por el canto para trabajar en variedades. Sus primeras giras terminaron con el joven abandonado por sus compañeros, que además antes le robaron su parte de la recaudación.

La infatigable Minnie acabó implicando al resto de sus hijos ?los futuros Harpo, Chico, Zeppo y Gummo- en nuevas compañías que, con su humor irreverente, acabaron convertidos en astros de Broadway y el cine a finales de los años 20. Para entonces, Groucho, vestido de levita, gafas postizas y enorme bigote pintado, ya había asumido su papel inmortal: el de inepto locuaz con aires de grandeza y gran facilidad para los chistes mordaces, que mascullaba mientras fumaba un enorme cigarro.

Esos chistes seguían en la vida real, donde, igual que en escena, los prodigaba sin importarle a quién pudieran ofender, como cuando en una ocasión, invitado a México e informado de que al día siguiente le recibiría el presidente a las tres, preguntó: "¿Y quién me garantiza que mañana a las tres seguirá siendo presidente?".

Asimismo, en esos años también se había entregado ya a su otra gran pasión, las mujeres, que le acompañó hasta la tumba y le llevó

a burdeles, innumerables noviazgos y tres matrimonios -y otros tantos divorcios-, de los que nacieron dos hijos y una hija.



Revolución en Hollywood

Los Marx hicieron para los estudios Paramount cinco filmes que revolucionaron el humor con su mezcla de absurdo y anarquía, desde Los 4 Cocos (1929) a Sopa de Ganso (1933). "Supongo que por entonces existiría cierto número de genios, pero yo sólo conocí a uno. Su nombre era Irving Thalberg", reconocía Groucho sobre el productor que los reclutó para los estudios MGM. Thalberg dotó de argumento al anárquico y enloquecido humor de los Marx y logró clásicos como Una noche en la Opera (1935), que Groucho siempre consideró su película favorita.

El cine, empero, no le salvó de la ruina en el desastre bursátil de 1929, y sus intentos por prosperar en la radio tampoco cuajaron. Eso le hizo temer que su destino fuese como el de Margaret Dumont, su inolvidable pareja en siete películas en la que el secreto de su buena química era que "ella nunca entendía los chistes", y ante todo "una gran dama, que murió sin un penique".

Pero tras triunfar en televisión como presentador del concurso You Bet Your Life emitido de 1950 a 1961, al final de su vida, Groucho, convertido en un mito viviente adorado por el público y por maestros del humor como Woody Allen, tan sólo tenía una queja: "Siempre me atribuyen frases que nunca he dicho".

Una de esas atribuciones es su supuesto epitafio "Perdonen que no me levante", pues en la placa negra que cubre su nicho sólo figuran su nombre, fechas de nacimiento y muerte y una estrella de David. Tampoco figura, pues, el verdadero epitafio que, según Chandler, Groucho pensó para su tumba: "Nunca besó a una chica fea".

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