miércoles, 16 de mayo de 2007

El milagro, por Eduardo Jordá

Cada vez que veo jugar a un grupo de niños en un parque, me entretengo observando sus reacciones. Me gusta ver cuál de ellos miente y cuál no (si es que ocurre un suceso desagradable del que se pueda acusar a los niños). Y me gusta averiguar quién defiende al más débil, si se produce una de esas situaciones en que todo el grupo se vuelve contra uno de sus integrantes, casi siempre el más desvalido, para someterlo a sus caprichos, con el fin de asegurar la cohesión del grupo y el liderazgo del niño más listo o más agresivo (los dos fenómenos, como es natural, son indisociables).


Los resultados de esas observaciones suelen ser desalentadores. En mi modesta experiencia, los niños mienten, engañan, son incapaces de reconocer que han hecho algo malo y casi nunca se atreven a defender al más débil. Hay excepciones, sí, aunque muy pocas. Pero al fin y al cabo es lo normal. Los seres humanos no somos buenos por naturaleza. Y el error más grave del “buenismo” pedagógico –y político– es la estúpida presunción de nuestra bondad innata. Porque eso no es verdad. El ser humano tiende de forma instintiva a engañar y a mentir, siempre que pueda sacar algún provecho de ello. El ser humano tiende a ejercer su poder sobre el más débil, siempre que pueda extraer un beneficio de ello (y a veces ni siquiera eso: le basta con el placer de la humillación ajena). Y el ser humano tiende a embaucar, robar y perjudicar a los demás, si con ello puede conseguir alguna clase de ganancia económica o de recompensa emocional.


Pero a veces ocurre un milagro. Cuando uno menos se lo espera, en un grupo de niños que juegan, de pronto aparece uno que dice la verdad, aunque la verdad le cueste una regañina o el rechazo de los demás, o que defiende al niño gordito al que todos los demás habían empezado a insultar. Y eso ocurre. Nunca sabremos con seguridad por qué, pero ocurre. Ahora mismo está ocurriendo: en una familia, en un colegio, un niño aprende a ser honrado y a valorar el trabajo bien hecho, a no mentir, a no estafar, a no engañar, a no aprovecharse de la debilidad ajena. Y cuando ese niño llegue a adulto, seguirá rechazando la injusticia, se rebelará contra la mentira y se negará a someterse al fraude o a la intimidación.


Puede que sólo sea un caso entre mil, pero esa persona existe. ¿Por qué? Sólo consigo encontrar una causa, aparte de las genéticas: porque detrás de ese niño hay unos padres que le han enseñado a apreciar la verdad y a respetar la justicia. Y nadie puede enseñar a amar la verdad y la justicia si él mismo no es una persona veraz y justa. Durante las veinticuatro horas, día a día, mes a mes, año a año. Es así de difícil, pero es así. Un milagro. Esperemos que alguna de estas personas esté en las listas electorales.

Publicado en Diario de Cádiz, el 15 de Mayo de 2007.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

GENIAL

Norberto Morillas Zamorano, dijo...

De acuerdo con el Santo (quien díría hace poco tiempo que lo veríamos "informatizado" haciendo comentarios en blogs). Es genial

Anónimo dijo...

¿Suena a utopia??