miércoles, 28 de julio de 2010

CARNAVAL

Del blog de Enrique Alcina Rosas & Mosquitos

Camino de las tres de la mañana, la legendaria chirigota de Los Fantasmas, pioneros de la calle, adalides de la naturalidad y la sencillez, reyes de la ironía, invitan al personal a viajar a Guatifó. “¡Vámonos pa Guatifó!”, exclama todo el mundo.
De improviso, pasa una máquina de la limpieza con sus estrafalarias hechuras estilo guerra de las galaxias chungas, y la gente se crece y manda callar a la nave invasora, abuchea pero bajito, y se implica de lleno en las tareas surrealistas de Padilla, Mato y cía, de la Nasa a la Guasa. Un canto a la expresividad que hipnotiza a gaditanos de toda clase y condición, algún italiano, una familia de chilenos y el ex gobernador civil Salvador Domínguez, que asiste a la reconversión del humor con denominación de origen a mandíbula batiente. Los chilenos vienen de bautizarse en expresividad gadita, horas antes retratan alucinados la estampa de la Caleta: marea baja, bingo vecinal, reportaje fotográfico de boda en la misma orilla y pescaíto frito en la calle La Palma y aledaños. Ni una mesa libre. Las mesas ocupan el reino de las ilegales, así que el Carnaval marcha con la musiquita a otras partes.
La risa rehabilitada va por barrios, las señoras se asoman a los balcones, los veraneantes se dejan los “leuros” en la improvisada terracita viñera, a simple vista alto estándin, no reluce oro precisamente en las esquinas de la realidad, pero la noche convida a ganar un dinerito en el rincón del ruinazo. El Carnaval colma las alforjas, sonríe la ciudad que coge las caballas que otros se zampan en manteles inmaculados y servicio de postín. Más allá de los callejones, en cambio, los turistas de diversos continentes abren los ojos, activan sus sentidos ante tamaña exhibición gaditana. Jéssica, Ludwig y sus hijos Sebastián y Vicente, que viven a años luz, 14.000 kilómetros de nada, jamás olvidarán el ambientazo de La Salle Viña con el concurso de minicoros, ni el desparpajo de las viudas alegres, que triunfan en la escalera de una franquicia, entre Columela y el Palillero, y a la postre cierran la memorable noche con la chirigota de casapuerta. Los Guatifó bordan su oda al Día del Señor y asombran al más pintado desde el monte de piedad. Ellos, que años atrás dieron el paso adelante de tomar la ciudad y de ilegalizar el mal rollo, pertenecen a otro mundo. Un mundo aparte.

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