miércoles, 23 de abril de 2008

EN PRENSA


Memorial del libro
Yolanda Vallejo

Parece que es una cosa de las de toda la vida, como el día de la madre o el de los enamorados. Una cita anual con los tópicos, que nos empuja a todos a nadar en el mismo sentido y a descansar en la misma playa. Cada 23 de abril celebramos el día del libro, comprando -que no leyendo- las novedades editoriales que llenan los escaparates aun a sabiendas que su destino último es una estantería donde criar polvo. Novedades que nos recuerdan que en este país se publica menos de lo que se escribe pero mucho más de lo que se lee y que, en definitiva, nos hablan de algo más pedestre que el placer de la lectura.

Porque, lo que celebramos hoy no es el día de la lectura, sino el Día Mundial del Libro y de los derechos de autor, que la Unesco decidió instituir hace trece años aprovechando las manidas casualidades de este día de San Jorge. Por eso, me llama poderosamente la atención, aunque no lo censuro, que las instituciones y los asociados en nombre de la cultura, se empeñen en hacer actos trasnochados donde uno empieza a leer y siguen los demás, sin solución de continuidad hasta que se acaban los canapés, convocando a los clásicos en una especie de ceremonial de culto.No. No es eso lo que celebramos. Celebramos, insisto, el día del Libro. El libro como una especie en extinción, a la que hay que mimar, alimentar y salvaguardar como a los linces del Zoo. El libro como último reducto de una cultura en continua transformación.Que fomentar la lectura es una tarea más compleja. No somos más lectores porque compremos más libros. El hábito de lectura se teje con otros tintes. Y en esto, como en todo, el hábito no hace al monje.
(publicado en La Voz. 23-abril-2008)

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