miércoles, 14 de abril de 2010

PRENSA

Aquel Cádiz tricolor
Juan José Téllez
Diario La Voz
14/IV/2010

José Antonio Barroso, alcalde de Puerto Real, vuelve a rajar de Juan Carlos ante la bandera tricolor republicana que, con música cubana de Alejo Martínez, ondea desde el sábado en la Plaza de la Constitución de Algeciras. Y un buen número de asistentes, si la autoridad lo permite y el tiempo no lo impide, espera Izquierda Unida que llenen El Pópulo, durante la tarde del próximo sábado cuando Cádiz vuelva a vestirse de tricolor en memoria de un 14 de abril de 1931 cuando don Juan de Borbón tuvo que abandonar precipitadamente San Fernando y buscar refugio en Gibraltar camino del exilio. Distraigan aquellos que piensen que la Segunda República fue el paraíso, o quienes entiendan a la contra de que fue la antesala del infierno. Ya sería hora de que demócratas de uno y de otro signo, a tiempo completo como los republicanos y a tiempo parcial con la venia genética de los monárquicos se avengan a reconocer que fue, simple y llanamente, la piedra de roseta de nuestras libertades actuales. Llena de bolcheviques, dirán unos. Y de meapilas, tronarán los otros. Pero construida con los sueños cómplices, por primera vez en la historia, de hombres y mujeres que decidieron a un tiempo en las urnas qué partido debiera gobernarles: «Gritaron a las urnas, y él entendió a las armas, dijo luego», escribiría Ángel González, aquel roteño estival, en referencia a quienes abusaron del poder venciendo en la trinchera, en el paredón y la cárcel, al pueblo al que no pudieron convencer en los mítines. Claro que la República también se llamó matanza de Casas Viejas y corrupción de la CEDA. O Revolución de Octubre, con las armas embarcándose en Cádiz gracias al acuerdo al que llegaron aquel misterioso empresario que fue Horacio Echevarrieta e Indalecio Prieto. Pero yo me quedo con la banda sonora que escribía Manuel de Falla, republicano convencido aunque no dudara en escribirle a su amigo Manuel Azaña otro «no es eso, no es eso», cuando empezaron a arder las imágenes religiosas en vez de prender de nuevo las luces de la ilustración. De aquel Cádiz tricolor, que no vivió la guerra porque todo en él fue posguerra a partir del 18 de julio de 1936, yo me quedo con los sueños imposibles de reforma agraria, con el alborozo de Rafael Alberti y de María Teresa León, o con el dolor de Adolfo Sánchez Vázquez a bordo del 'Sinaia', camino del exilio mexicano que, en su caso, todavía perdura; incluso, si quieren, con la audacia de Ignacio Sánchez Mejías, que aguardó a que Sanjurjo saliera del Castillo de Santa Catalina para llevarlo a Gibraltar en el hispano-suiza de una duquesa enamorada. No me pregunten por las dolorosas balas que injusticiaron en Madrid a nuestro Pedro Muñoz Seca. Las oiríamos silbar, a senso contrario, sobre la memoria de nuestros abuelos, en las dos Bahías de Cádiz, hasta bien entrada la década de los cuarenta. Hay quienes pretendemos que la república no sólo sea historia sino futuro. Pero aceptemos, a fin de cuentas, que conmemorarla cada año por estas fechas, para aprender de sus aciertos y sobre todo de sus errores, no sólo es un gesto de nostalgia sino de justicia.

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