martes, 6 de abril de 2010

PRENSA


Solteros
Jose Manuel Benítez Ariza
Diario de Cádiz
6/IV/2010
Aumenta el número de "solteros definitivos", leo en este periódico. Es decir, lo que antes se llamaba solterones y solteronas. Como es de rigor, el dato viene acompañado de la correspondiente interpretación sociológica: toda una generación, dice, ha antepuesto su carrera profesional y el disfrute de una libertad individual antes impensable a las ataduras presuntamente aparejadas al matrimonio. Dicho así, suena bien, y se alegra uno de que solterones y solteronas no respondan ya al viejo arquetipo de personas retraídas y reprimidas, a las que se miraba con cierta conmiseración. Leo la letra pequeña de la noticia, en la que se asegura que la moderna soltería no implica que quienes la padecen se vean privados de los aspectos más gratos de la vida en pareja; mantener relaciones sexuales, por ejemplo. Con lo que el estigma principal que antes recaía sobre los solteros, a saber, su presunta privación sexual, queda definitivamente descartado. Nada dice la encuesta de cómo se las apañan, de qué decepciones vienen aparejadas a la vida sexual transeúnte, o de si éstas son mayores o menores que las connaturales a las relaciones conyugales. Pese a las estadísticas, la vida de cada cual sigue siendo un misterio.

He conocido a solterones y solteronas de todo tipo, e incluso tengo la sospecha de que sólo un insospechado azar me ha librado de ser uno de ellos. Hay quien nunca se planteó ser otra cosa. Otros, en cambio, llegaron a serlo a través de un largo y costoso procedimiento de prueba y error: tras sucesivas relaciones llegaron a la conclusión de que a ellos no les convenía ninguna. En estas cuestiones la vida es absolutamente impredecible, y las presuntas generalidades no son más que la suma de un sinfín de casos individuales.

O no, quién sabe. Porque, si en otro tiempo podía suponerse que muchos se casaban obligados, o por el qué dirán, o para disimular un desliz o crear una cortina de humo respecto a la verdadera inclinación sexual, o incluso para santificar una alianza de intereses, ahora es muy posible que la soledad de muchos obedezca a un mismo cálculo interesado, o a la conveniencia, o incluso a la mera imposición. Hay quien no se casa, sencillamente, porque perdió la ocasión, o porque esperó demasiado, o porque antepuso otros intereses a las servidumbres de la vida en pareja. Las opciones vitales parecen hoy más variadas, sí, y eso da a nuestros comportamientos una apariencia de mayor libertad. Pero, en el fuero interno de cada cual, cada uno es hijo de sus circunstancias, de sus debilidades, de su egoísmo o, por el contrario, de su excesiva propensión a dejarse influir por otros. Luego vendrán las encuestas a demostrar que no somos los únicos, y que, casados o solteros, no hacemos otra cosa que plegarnos a las implacables exigencias de la realidad. Pero eso ya lo sabíamos.

No hay comentarios: