miércoles, 11 de febrero de 2009

PRENSA

Ricos, pobres y más pobres
Alejandro Medina
(La Voz 11.02.2009)
Imaginen un tipo rico y un tipo pobre. Cierto día, el rico se vuelve imposiblemente rico y el pobre recibe un dinero que le hace sentirse más rico de lo que nunca se ha podido sentir. En realidad, ese dinero que el pobre recibe sería la mitad de lo que el rico se deja en propinas o en el cepillo de los domingos. Pero eso es lo de menos: el pobre se lo cree. Piensa que no es tan pobre como le han dicho toda su vida que era y hasta se atreve a luchar por esas migajas (vistas desde la riqueza) que conforman una vida normal, eso mismo que la enterrada lucha de clases de principios del siglo XX ha llamado clase media.

Ni rico ni pobre. Exactamente, en la virtuosa tierra media (Tolkien era un católico desmedido, al fin y al cabo). Para un pobre (a los ricos vamos a dejarlos un rato en sus áticos), el concepto de paraíso siempre ha pasado por su casa propia y su coche (tunearlo será cosa de sus hijos). Eso que los especialistas llamaron época de bonanza económica (entre el año 2004 y mediados de 2008) fue una demostración empírica del acceso desmedido de todas las clases a las posesiones de la teórica familia media (pisos a mansalva y coches en caravana). El dinero fluyó (aquellos que lo dieron no vuelvan la cara; que nos miren a los ojos) hacia todos los rincones: los ricos, como siempre, se hicieron mucho más ricos porque a partir de cierto punto la escalada de los ingresos es exponencial y los pobres cayeron en esa mentira de que no eran tan pobres.

Sin embargo, las mentiras duran lo que los ciclos económicos. Esfumada la ilusión, de regreso a la caverna, los pobres son los primeros que lo pierden todo porque tenían muy poco que perder. También cae algún rico que quiso serlo demasiado rápido; sólo una baja colateral en la batalla. En Cádiz, la pobreza se extiende a riadas. Aquí no es que la gente se creyera más o menos la mentira; aquí había más pobres de los de antes, de los de siempre.

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