lunes, 18 de abril de 2011

OPINIÓN



La hora de las penitentas
Juan José Téllez



No es moco de pavo que las políticas de igualdad alcancen a las hermandades de toda Andalucía y muy especialmente a las de Sevilla. Más de uno pensarán que ZP ha pedido asilo político en el Vaticano. Y eso que algunos trogloditas –lleven o no capirote– siguen pensando que el arzobispo Juan José Asenjo es un jipi por transigir con estas modernidades y suprimir el veto que pesaba sobre las penitentas en El Silencio, El Santo Entierro y La Quinta Angustia. Más temprano que tarde asistiremos a la aplicación de la cremallera entre costaler@s, con la única venia del fisioterapeuta de turno. Éste puede ser el principio de una larga amistad: la que lleve también a que las mujeres puedan ejercer de sacerdotisas en los rituales de la Iglesia Católica, como ya ocurre desde hace mucho en los de la Iglesia Anglicana, tan similar en su origen a la Santa Madre, hasta que llegó el vivalavirgen de Enrique VIII. Cierto es que ni soy católico ni capillita por lo que cabe inquirir quién me da vela en esta procesión. Pues simple y llanamente profeso esa extraña religión que es la de exigir los mismos derechos respecto a los mismos deberes en cualquier parcela de toda democracia. Menos soy partidario de la monarquía –viva el 14 de abril aunque sea con retraso– y tampoco parece sensata la pervivencia de la ley sálica que impide que las infantas, aún siendo mayores de edad que el Príncipe Felipe, se vean relegadas en la línea de sucesión al trono. Las mujeres deben estar donde quieran. Otra cosa distinta es la viabilidad de acabar con ciertas instituciones o reformarlas: esto es, si existiera la pena de muerte, la mujer podría presentarse a un concurso-oposición al innoble cuerpo de verdugos, pero por fortuna en nuestro país no existe –todavía– la condena a muerte. En el asunto de las cofradías de Sevilla, ya les vale. La presencia de nazarenas ya era habitual en las hermandades del resto de las diócesis andaluzas e incluso en algunas de las estaciones de penitencia, ejercen como costaleras, tal es el caso de la Hermandad del Trabajo y Luz, de Granada, también conocida como La Lanzada y Caridad. Y eso que el asunto venía de lejos, cuando en el Sínodo de 1604 el cardenal Fernando Niño de Guevara estableció que los cofrades debían vestir túnicas sencillas de lienzo basto y también prohibió que las mujeres pudieran disciplinarse. Bien por el Cardenal: bastante disciplina recibían y siguen recibiendo las mujeres, aún hoy en día, por parte de sus santos particulares como para flagelarse de propina una vez al año. Ahora, mientras Sarkozy persigue a los burka en Franca y Túnez equiparará la presencia de unos y de otras en el Parlamento, las mujeres andaluzas ya pueden ofrecer a sus dioses el enigma de su pecado al bies de un hijo de Dios o de mujer o al pairo de cualquier Dolorosa. Ahora les toca a ellas abrirse paso aunque sea a dentelladas para intentar también otro peligroso vía crucis, el de asumir también los principales cargos directivos en sus hermandades. Lo único que no me queda claro de todo este asunto es si los hombres podrán salir también vestidos de mantilla en algunas penitencias.

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