miércoles, 23 de febrero de 2011

PRENSA



Pero, ¿no triunfó el 23-F?
Juan José Téllez

Que treinta años no son nada, tendría que decir el tango. Si hay un golpe de Estado por excelencia en este país, que es plusmarquista de los golpes de Estado, ese fue el del 23 de Febrero de 1981, del que hoy se cumplen tres décadas.
Un golpe de Estado, que no lo fue tanto. Que, según algunos, no pretendía serlo. O que quizá -como otros nos tememos- lo fue de otra manera, al desarmar buena parte de las expectativas que un sector de la izquierda española albergaba en cuanto a la plena transformación democrática de España.
Cuando hablamos del 23 F solemos quedarnos en la epidermis o en la teoría de la conspiración: en nuestra provincia, por ejemplo, evocamos a Antonio Morillo, entonces alcalde de Vejer y diputado por la UCD, escoltado hasta los urinarios por un guardia que resultó ser de su pueblo. O quizá nos extendemos a considerar cómo un grupo facha amenazó a Paco Esteban, alcalde de Algeciras, o cómo no ocurrió nada sustancial en esta capitanía que entonces comandaba el controvertido general jerezano Pedro Merry Gordon. Sin embargo, ¿qué ocurría en la trastienda de toda aquella asonada? Se sigue especulando sobre el papel de la Casa Real o la identidad última del Elefante Blanco. O si se trataba de un golpe o de varios, o si fue en todo caso una maniobra para conjurar otro puch previsto para mayo y que estaba menos controlado que aquel otro.
Sin embargo, treinta años más viejo, la pregunta más capciosa que se me ocurre no es otra que la de si no triunfó en realidad el 23-F, si no nos desarmó a todos aquellos que apostábamos por la ruptura en lugar de la reforma. Treinta años más tarde, sin ir más lejos, seguimos sin saber qué ocurrió con los niños robados de la posguerra, ni siquiera hemos podido rendir cumplido homenaje a los demócratas de la Segunda República rescatando sus cuerpos. Y no solo no hemos juzgado al franquismo sino que estamos juzgando al magistrado que se atrevió a hacerlo. Para colmo, las tropas de los mercados han alcanzado sus últimos objetivos laborales y, treinta años más tarde, estamos rindiendo hasta nuestros salarios. Eso si que es un golpe. Y la guerra no parece haber terminado todavía.

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