Calentón en una barra de bar. Largando por esa boquita. De cómo un comentario en voz alta produce una cascada y luego un silencio atroz. Al empresario ladrón, mayormente sin escrúpulos, se le ha visto hoy el plumero de manera escandalosa. Orgía consumista en los centros culturales, digo comerciales, de las grandes y pequeñas ciudades (ya no hay pueblos, ¿se ha fijado?, a los pueblerinos les da vergüenza decir que viven en un encantador pueblo). Compras al tuntún, en líneas generales. Un perfume, un libro raro, un disco hortera, una bufanda kilométrica, joyas sin rima, un engañito de los monarcas de la desilusión. Todo el año fabricando, escribiendo, componiendo, pa que la mayor parte de la gente adquiera los productos sin apenas mirar ni rechistar. Total, puede "descambiarlo" pasado mañana, o al otro. Gran negocio. Y en la cafetería, la mundial. Los mismos camareros, tropecientos mil usuarios. Las personas ya no son personas, son usuarios, unos gastan y otros suponen un gasto. Pues eso. Cuarenta minutos para un café con agüichi. Así también me hago rico yo, picha. Un trabajador haciendo el trabajo de cuatro, estresao, agresivo, sin poder atender al personal como merece la millonada que el patrón se embolsa estos días. Con la excusa de la crisis, contratos pobres, chungos, y una evidente falta de personal. Ni siquiera eventuales. Como dijo alguien, un día se va a liar. En Pakistán, claro, aquí andamos preocupados con la depilación láser con tarifa plana (sic). La camarera suspira agobiada. El cliente se sube por las paredes. Salen las cuentas. Ganando lo mismo a costa de un país y de su gente contribuyente o no. Se impone el retorno a las raíces, el trueque, las cosas simples, un café y pa la casa, y cuando lleguen los días señaladitos, no esperen nada del currelante y consumidor medio, quizá haya hecho mutis por el foro.
Que no esperen nada de la gente que sabe hacer las cosas bien y que han sustituido, si acaso, por robots humanos o pobres descontrolados sin oficio, ni por supuesto beneficio. Por supuesto, sobreviven empresarios de toda clase y condición la mar de honestos que no tratan a sus empleados como a enemigos.
Se impone el trueque, el mercado justo, cuidadito, una dura tormenta va a caer. Los bancos no aflojan la manteca, obran en su poder un millón largo de pisos. Los nuevos ricos antiguos se resisten a la realidad cruda. Los adivinos se suicidan en los semáforos. Como dijo un amigo bajo el sol gaditano, que no sale para todos, hay empresarios en esta tierra, salvo dignas excepciones, que no son empresarios: son ricos o aspirantes a ricos. Con piscina en la azotea. Con escasa sensibilidad social, mucho pedir, les disparas en la pierna y como si nada. Vamos a ponerle la cara colorá. Tragabuche al tío Gilito ya.
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