Patrimonio de la Eternidad
Juan José Téllez
Diario La Voz
Un baile en Triana y un cante en Sevilla. Una copla de abencerrajes en el corazón de Málaga. Un toque en las cuevas del Sacromonte. Una partida por serranas, las alegrías de Lucena y un fandango de Alosno. Un ciego por las playas de Almería y unas tarantas en Linares.
Pero también una fuente de Jerez y un muelle de Sanlúcar por donde zarpan cantiñas y retornan guajiras o vidalitas. Una reposada bulería de Cádiz y una contrabandista por el Peñón. El aire de la petenera, el de los tanguillos y el de la saeta vieja de Arcos. De ahí venimos, del ronco quejío ignorado de Tío Luis el de la Juliana. De los pies grandes de Silverio Franconetti a la oreja de Van Gogh en la amargura de Enrique El Mellizo. Un teatro de Antonio Chacón y un estadio de Paco de Lucía, tan vivo como el instinto de su padre.
La vida centenaria de Corruco a quien mató la última guerra se cruza con la mejilla tiroteada de Enrique El Morcilla. Canalejas de Puerto Real preso en Jaén por sus ideas y Antonio detenido en Arcos por sus blasfemias. Chano Lobato había dado por entonces un paso hacia adelante, para reunirse con la leyenda de La Perla y de Manolo Vargas. La gracia de Ignacio Espeleta y el pan de las guitarras recién salido de un horno de Sanlúcar. José El Negro canta romances imposibles por los norays de El Puerto.
Verán que hay un buhonero alto como una torre que canta las seguiriyas del escalofrío. Y un muchacho de la isla rubiasco como los camarones que canta por tangos como si canta seguiriyas. La cejilla de Javier Molina acompaña a los fandangos del Chozcas o a cualquiera de los Ortega que andarán nublando toros como quien mece un cante.
El ojo tuerto de Aurelio que con la boca abierta le seguirá cantando a Dios. Los trabalenguas raperos de Lola Flores habrán de juntarse con los ojos despavoridos de El Beni que aprendió los embustes de Pericón y la picardía remota de quienes venían a estas costas a la conquista de Túnez y a servir al duque.
Aires añejos de Pedro Bancalero, de Ramos Jarana, humanidad de Gineto y jipíos de Zapata El Viejo, del Chato de la Isla y de los Terremoto. Francisca Méndez, emperatriz pescadera junto a una silla de enea. Santiago Donday forja herraduras para los caballos de mar. Antonio El Chaqueta y los suyos provocan camisas partidas y sabias palabras de Fernando Quiñones. Gabriel Macandé pregona los caramelos de la locura en un amargo siglo de cuerdos. Patrimonio de los condenados a galeras, de las niñas del cabaret, de los trabajadores de la almadraba que todavía se emboban con Mairena. Flamenco nuestro de todos los días, banda sonora del sur, patrimonio de la eternidad. Antes de que existiera la Unesco, el sur era jondo como una malagueña doble de aquel que se iba a cantarle a los locos del manicomio. Escuchad a las niñas de Cádiz haciendo sonar los crótalos en Roma. Seguro que sus cinturas hicieron caer a un imperio. Y no se dieron demasiada importancia.
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