Al Alcance de los ojos
Juan José Téllez
Verán que por la pantalla grande desfila un negro raro que cantaba en Cuba coplas antiguas de Castilla y un cantaor capaz de pasear por la Alhambra de la mano de Pat Metheny. De noche, la música de Led Zeppelin bombea sobre el corazón de los jartibles y, con acento de Cádiz, los milicos irrumpen en la Isla Negra de Pablo Neruda o bucean en las intrépidas peripecias del estraperlo por los vericuetos marinos del Estrecho.
También hay una niña que ya no lo es pero que recuerda la remota muerte de su tío en Asunción, aquel que no quiso seguir con el taller de su padre y en cuyo armario, el día del velorio, faltaba toda su ropa: quizá fuera porque bajo un nombre distinto y a riesgo de ser detenido en varias ocasiones, de noche se llamaba de otra forma y era un travestido bajo las tinieblas de la dictadura paraguaya de Alfredo Stroessner.
No faltan bombardeos sobre la franja de Gaza, el celuloide rancio de una posguerra peor, las viejas secuencias de las carretas que llevan hacia la aldea del Rocío y la libertad, conquistada casa por casa, puerta a puerta, durante aquella epopeya a la que algunos llaman transición. Se apagan las luces y la linterna mágica ilumina la penumbra, allí están las madres y las viudas de los muertos a bordo de los cayucos, o Paquita que cuida de su hijo esquizofrénico con una apacible sonrisa tan intensa como la amargura que refleja su rostro.
Hay quien nos convoca, a ciertas horas de la nocturnidad y alevosía de la hipocresía en que vivimos, a un extraño concurso de falsos orgasmos para desnudar los cuerpos amantes que tampoco son lo que parecen, en los pliegues intenso de la carne débil en donde es más importante la pasión y el deseo que los atributos masculinos o femeninos.
Suburbios de Bolivia o de Madrid, autocares Grehounds que hacen la ruta que lleva hacia el si yo puedo de Barack Obama, pueblos al borde del pedregal de la hamada, acariciando sueños colectivos que llevan décadas a flor de piel, más allá de los muros y de los morteros hipócritamente vendidos a uno de los bandos en conflicto por potencias que se dicen neutrales. transmiserianos que siguen la misma senda hoy cargados de sueños inmigrantes que la que hicieron los propios españoles medio siglo atrás, graffittis posmodernos sobre el anciano rostro del mundo, He ahí la sesión continua que desde el pasado jueves ofrece la muestra de Alcances en torno al cine documental, pero que también incluye guiños cómplices respecto a la palabra, la música o las artes plásticas..
Una caracola eterna desde la que seguimos oyendo las olas del océano romper sombre un cine trimilenario. Y que sea por mucho tiempo.
Verán que por la pantalla grande desfila un negro raro que cantaba en Cuba coplas antiguas de Castilla y un cantaor capaz de pasear por la Alhambra de la mano de Pat Metheny. De noche, la música de Led Zeppelin bombea sobre el corazón de los jartibles y, con acento de Cádiz, los milicos irrumpen en la Isla Negra de Pablo Neruda o bucean en las intrépidas peripecias del estraperlo por los vericuetos marinos del Estrecho.
También hay una niña que ya no lo es pero que recuerda la remota muerte de su tío en Asunción, aquel que no quiso seguir con el taller de su padre y en cuyo armario, el día del velorio, faltaba toda su ropa: quizá fuera porque bajo un nombre distinto y a riesgo de ser detenido en varias ocasiones, de noche se llamaba de otra forma y era un travestido bajo las tinieblas de la dictadura paraguaya de Alfredo Stroessner.
No faltan bombardeos sobre la franja de Gaza, el celuloide rancio de una posguerra peor, las viejas secuencias de las carretas que llevan hacia la aldea del Rocío y la libertad, conquistada casa por casa, puerta a puerta, durante aquella epopeya a la que algunos llaman transición. Se apagan las luces y la linterna mágica ilumina la penumbra, allí están las madres y las viudas de los muertos a bordo de los cayucos, o Paquita que cuida de su hijo esquizofrénico con una apacible sonrisa tan intensa como la amargura que refleja su rostro.
Hay quien nos convoca, a ciertas horas de la nocturnidad y alevosía de la hipocresía en que vivimos, a un extraño concurso de falsos orgasmos para desnudar los cuerpos amantes que tampoco son lo que parecen, en los pliegues intenso de la carne débil en donde es más importante la pasión y el deseo que los atributos masculinos o femeninos.
Suburbios de Bolivia o de Madrid, autocares Grehounds que hacen la ruta que lleva hacia el si yo puedo de Barack Obama, pueblos al borde del pedregal de la hamada, acariciando sueños colectivos que llevan décadas a flor de piel, más allá de los muros y de los morteros hipócritamente vendidos a uno de los bandos en conflicto por potencias que se dicen neutrales. transmiserianos que siguen la misma senda hoy cargados de sueños inmigrantes que la que hicieron los propios españoles medio siglo atrás, graffittis posmodernos sobre el anciano rostro del mundo, He ahí la sesión continua que desde el pasado jueves ofrece la muestra de Alcances en torno al cine documental, pero que también incluye guiños cómplices respecto a la palabra, la música o las artes plásticas..
Una caracola eterna desde la que seguimos oyendo las olas del océano romper sombre un cine trimilenario. Y que sea por mucho tiempo.
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