miércoles, 16 de julio de 2008

PRENSA

MAR ADENTRO
El silencio de los corderos
Juan José Téllez (diario La Voz 16-julio-2008)

La sombra de unas nuevas y estúpidas Torres Petronas se cierne sobre arenales y chumberas, junto al maderamen de los palafitos con olor a cazón en adobo y a tardes soleadas de marisma. La isla de los vientos le llama el fotógrafo Pedro Sara a la Casería de Ossio, en San Fernando: un paraje acosado por el ladrillo y por un ejército de grúas.

Las fotos de Sara cuelgan de la sede del colegio de Arquitectos en la Plaza de Mina de la capital gaditana, cabecera de una provincia en donde el viejo levante que nos protegía del efecto Torremolinos ha dejado de ser un obstáculo para que los gayumberos del toma el dinero y corre se forren a costa del patrimonio público. Si quieren asistir a una película 'gore', échenle un vistazo al último informe de Greenpeace sobre el litoral español en el que su descripción del litoral gaditano recuerda vivamente a algunas secuencias de La matanza de Texas.
Más allá de los, al menos, siete vertidos contaminantes del New Flame, cuya ignota chatarra sigue dormida a media milla de Punta Europa, en Gibraltar, la Bahía de Algeciras pasa por ser, según dicho documento, «el punto de la costa española donde la contaminación por hidrocarburos es más grave» y, de hecho, la Agencia Europea del Medio Ambiente le ha señalado como uno de los «puntos de alarma» por contaminación en el mediterráneo: «Anualmente por la zona se mueven unos 20 millones de toneladas de productos petrolíferos. Es habitual la presencia diaria de una decena de petroleros, tanto por el tráfico de las refinerías de CEPSA como para trasvase de productos petrolíferos o carga de combustible. Esto coloca a la bahía en una situación de riesgo constante de catástrofe y hace que esté afectada permanentemente por los vertidos casi continuados de hidrocarburos procedentes tanto de las actividades rutinarias como de las operaciones de deslastre. La situación de contaminación de la bahía de Algeciras es muy crítica debida a la permisividad del Gobierno gibraltareño y al provecho que sacan las empresas españolas a esta situación ante la pasividad de las distintas Administraciones», reza el informe, hasta el punto de asegurar que la calidad de los sedimentos de la bahía de Algeciras es peor que los de la costa gallega cuatro años después del hundimiento del buque Prestige.
Los vertidos urbanos e industriales prácticamente salvajes, o el hecho de que el 46 % de los vertidos al mar de Cádiz se lleve a cabo sin autorización, añaden un plus de escalofrío a los planes de ampliación del puerto de Tarifa, que pretende congeniar de forma suicida el cemento de los nuevos diques con la marca de turismo ecológico que le ha dado prosperidad al municipio en las últimas décadas.
Los datos de la organización ecologista Greenpeace alertan sobre la estrategia depredadora de la especulación desde La Línea de la Concepción, del poli-imputado alcalde Juan Carlos Juárez, hasta Montenmedio, aún pendiente de derribo en Vejer; o el Roche de Conil, que pareciera suceder a Chiclana en el avance de las hormigoneras; o el polígono industrial sobre las marismas de Las Aletas, en Puerto Real, no muy lejos de El Puerto de Santa María, donde aún se llora al bosque de Bahía Blanca, la arboleda perdida del popular poeta Rafael Alberti.
Lo peor de todo esto sería el inevitable título que tendríamos que ponerle a esta superproducción infame: el de este artículo, probablemente.

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