viernes, 23 de febrero de 2007

¿Votar yo? Si yo soy de Cádiz, por Juan Jose Téllez

Es célebre la ocurrencia de Ignacio Ezpeleta cuando Federico García Lorca le preguntó en qué trabajaba, «¿Trabajar yo? ¿Si yo soy de Cádiz!». Lo mismo tendríamos que responder cuando alguien nos preguntase si habíamos votado el pasado 18 de febrero.

¿Cómo vamos a votar cuando había dos metros de basura y orines frente a algunos colegios electorales como el de la Diputación, tal que si fuese una venganza de San Juan de Dios?

Y, en las mesas, había más bajas que entre la policía local durante los carnavales: ezpeletianos todos, uníos, los barrenderos que recorrían la ciudad al amanecer del lunes contemplaban los pecios de papelillos y litronas por el marchapié como los jubilados que se ponen a mirar las obras o como los modelos de Dolce & Gabana que, en el polémico anuncio cuya retirada reclama justamente el Instituto de la Mujer, asisten impasibles a como un maromo hace como que se ventila a una señora de bandera con tacones de vértigo.

¿Votar yo?, ¿Si yo soy de Cádiz! De Cádiz, aunque me haya ido a currar a Castellón o a Algeciras. De Cádiz, aunque me haya tenido que ir incluso a Sevilla. De Cádiz, como Manuel Chaves y como Javier Arenas. Como Luis Pizarro y como Antonio Sanz. De Cádiz, que cuando no está en carnavales está en cuaresma. De Cádiz, con su ramadán de sueños aplazados, de obras faraónicas, de carreras de Indias o de carreras en las medias.

Durante el siglo XIX, España se pasó preguntando qué pasa en Cádiz, entre pepas, pronunciamientos liberales y revoluciones gloriosas.

Ahora, a España ya no le importa un pimiento ni lo que ocurra en el Falla: otro gallo hubiera cantado si en vez de votar en referéndum el estatuto de autonomía, hubiéramos tenido que votar la final del concurso de agrupaciones carnavalescas. Habría habido bofetadas por acceder a las urnas.

Cádiz no vota cuando tiene que votar por su ave Andalucía, llena eres de gracia, y seguro que vota a mansalva en las municipales, no vaya a perder mi niño o mi niña el sorteo del pisito, la pensión de sordo, o el cuelo en las contratas de cualquier concesionario consistorial.

Un estatuto es poesía y un Ayuntamiento, nos pongamos como nos pongamos, es román paladino, un folletín en prosa que cada cuatro años escribe la palabra continuará en su último capítulo.

Es que no entendemos, es que no nos lo han explicado, es que eso de los estatutos es cosa de los catalanes. A nosotros, lo único que nos gusta de los estatutos escuando dicha palabra rima en las cuartetas o cuando se refiere a los estatutos del Cádiz o al de las hermandades de Semana Santa. Lo de la autonomía era cosa de las comparsas de Pedro Romero. Y de Manuel García Caparrós bastante nos acordamos por aquel pasodoble de un cuatro de diciembre moría un malagueño Al tío se lo cargaron por enarbolar la blanquiverde. De seguir vivo, lo mismo habría votado el pasado domingo. De seguir vivo, lo mismo querría trabajar. Ezpeleta, Lorca y yo le comprendemos perfectamente: no era de Cádiz.


Publicado en La Voz de Cádiz, el pasado miercoles día 23 de febrero de 2007.

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